martes, 13 de septiembre de 2011

Balada de la carcel de Oscar Wilde

Ya no vestía casaca escarlata,
Porque rojos son la sangre y el vino
Y la sangre y el vino a él le delata

Cuando lo sorprendieron con la muerta,
La pobre muerta a la que había amado
Y  que asesinó en su lecho acostado

Entre los reos triste caminaba
Con un mísero y tonto uniforme gris
Una gorra en la cabeza llevaba

Parecía andarar con alegría,
Pero nunca vi un hombre que mirara
Con tanta avidez a la luz del día.

Nunca vi un hombre un hombre que mirara
Con ojos ávidos escudriñara
El pequeño toldo azul sin recelo
Al cual los presos le llamaban cielo

Cada nube que por ahí pasaba
Agitaba con sus velas de plata
Un deseo que al reo le delata

Yo, con otras almas que están en pena,
Caminaba en otro corro sin techo
Me preguntaba si él habría hecho
Algo grande el por qué de su condena,
Cuando una voz susurró a mis espaldas:
"¡A ese tipo, a ese van a colgar!"

¡Santo Cristo! los muros de la cárcel
De repente parecieron vacilar

Y el cielo sobre mi cabeza llena
Se convirtió en un casco de acero ardiente;
Y, aunque también era un alma en pena,
Mi pena no mi corazón no siente.

Solo sabía que una idea brillante
Apresuraba su paso y enojos
Miraba ansioso el día deslumbrante
Con tan grandes y tan ávidos ojos;
El había matado lo que amaba,
Y  por hacerlo por eso iba a morir.

Aunque no todos matan a lo que aman,
Que lo oiga todo el mundo, cuando claman
Unos lo hacen con la mirada amarga,
Otros con una palabra que carga;

El cobarde lo hace con un beso,
¡El valiente lo hace con la espada!
Unos jóvenes matan a su amada,
Y otros cuando son viejos son un preso;

Unos la ahogan con esa lujuria,
Otros con de oro buscan su penuria;
La más piadoso usa el certero acero,
Pues así el muerto se enfría primero.

Unos aman poco otros demasiado,
Algunos venden y otros ya han comprado;
Unos dan muerte con muchas lágrimas
Y otros lo hacen sin un solo destello:
Pero aunque todos maten a lo que aman,
todos deberían morir por ello.

No todos mueren de muerte infamante
En un día gris de negra vergüenza,
Ni con dogal al cuello por la frente,
Ni mortaja sobre su cara tensa,
Ni cae con los pies por adelante,
A través del frio suelo vacilante.

No todos conviven con los callados
Que vigilan noche y día su penar,
Que lo vigilan cuando intenta llorar
Y lo mismo hacen cuando intenta rezar,

Lo vigilan por miedo que él se robe
La presa de la prisión y así escapar.

No todo hombre despierta al alba y el ve
Horrorosas figuras en su celda,
Al capellán vestido ahi con su fe,
Y al director, que de negro se queda,
Con la faz pálida por la sentencia.

No todo hombre se levanta con prisa
Para vestir ropas de condenado
Mientras el doctor de prisa revisa
Y anota trémulo lo que ha mirado
Tocando el reloj ese débil tic-tac
Suena lo mismo que mil martillazos.

No todos los hombres siente en pedazos
Reseca la garganta por su pena
Cuando el verdugo inicia su faena,

Cuando cierra  la puerta acolchonada
Y le ata con tres correas de cuero
Para que su garganta no sienta nada.

y No todo hombre inclina la cabeza
y escucha la lectura de su muerte
Ni, mientras la angustia de su alma presa
Le dice que no está muerto estas yerto
pasa junto a su ataúd con sorpresa
Camino del atroz destino incierto.

No todos ven al humo del cigarro
A través de un tejadillo de cristal,
Ni rezan con labios frases de barro
Para que crezca ya su agonía más
Ni sentir su mejilla estremecida
Por el traicionero beso de Caifás.

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